De “Todos Somos” a “Nadie Es”, una sociedad insensible y sin profetas

Por Santiago Ladaga

¿Qué pasa con la sociedad en su conjunto?
¿Por qué tal deshumanización?
Duele ver a los niños del Garrahan. Duele ver cómo la esperanza de una oportunidad se esfuma.
¿Qué pasa con una sociedad que, no hace tanto, eligió salir a las calles con consignas como “Todos Somos el Campo”, cuando la mayoría jamás conoció, vivió o perteneció a ese mundo? ¿O cuando se proclamaron “Todos Somos Vicentin”, oponiendose a la estatización de una empresa que tampoco los representaba directamente? Una sociedad cada vez más insensible, lejos de cualquier profeta.
Sentir esa deshumanización no es solo una percepción individual, es un síntoma colectivo. Algo se está rompiendo en el lazo social, y lo notamos cada vez que vemos la indiferencia frente al sufrimiento ajeno. Cada vez que los niños del Garrahan pasan a ser solo “estadísticas”, o cuando la esperanza deja de ser un derecho para volverse un privilegio de pocos.
Entonces, ¿qué está pasando?
Vivimos en una época de crisis constante (económica, política, institucional). Muchas personas han levantado barreras emocionales como mecanismo de defensa. Esa especie de anestesia frente al dolor ajeno no siempre nace de la maldad, muchas veces es puro agotamiento.
Podemos llamarlo sobrecarga emocional y desgaste.
También transitamos una fragmentación del “nosotros”.
Antes existían causas comunes que nos unían. “Todos somos el campo”, “Todos somos Vicentín” fueron expresiones de una identificación colectiva (justa o no) que movilizaba. Hoy esas identidades se han vuelto sectarias, tribales. Ya no hay un “nosotros” inclusivo, sino muchos “nosotros” que excluyen.
Esto también nos llama a pensar quiénes arman la agenda de la opinión pública.
Otro aspecto profundo es la lógica de las redes sociales y los medios, que nos entrena para ver, consumir y pasar de largo. Un drama dura lo que tarda en cargarse el próximo video.
La emoción se volvió efímera, fugaz, descartable.
En síntesis: la inmediatez mata la empatía.
Uno de los factores más importantes es la pérdida de fe. No solo en los políticos o en las instituciones, sino en la posibilidad misma de transformar la realidad. Eso genera cinismo, sarcasmo, una forma de defensa que nos aleja de cualquier profeta, de cualquier esperanza, de cualquier intento genuino de sanar.
Y quizás lo más doloroso es la ausencia de líderes con ética y ternura.
Faltan voces que conmuevan, que hablen desde el alma y no desde el cálculo.
La política se volvió demasiado táctica y poco espiritual.
La falta de visión, de sentido y de cuidado hace que la sociedad se sienta huérfana, sin una voz que abrace y oriente.
Y mientras tanto, los chicos del Garrahan siguen ahí.
Y duele, claro que duele.
Pero ese dolor también puede ser semilla.
De algo distinto. De una resistencia.
De una voz que, aunque parezca pequeña, diga:
no nos resignamos.