Como la traición se cargó al hijo de Dios

Por Santiago Laddaga

El infierno argentino y sus traidores

Pos elecciones, ¿qué podemos reflexionar?, ¿qué podemos vislumbrar? ¿Qué pasó con el sentido de bienestar y la desesperación ante el ajuste? Ante ese interrogante, no se trata de una sola causa, sino de múltiples factores que fueron calando hondo en la sociedad, en distintos estratos, colores, tamaños y miradas.

El primer punto a destacar es la falta de carácter del gobernador Axel Kicillof, quien no supo construir una síntesis del peronismo en la provincia de Buenos Aires. Con temores propios y ajenos, terminó midiendo cada paso frente a La Cámpora, esa estructura caprichosa, egoísta y traidora a la hora de darse el baño de humildad que tantas veces reclamó Cristina. Este movimiento siempre fue más que un líder. Sin embargo, la personalización extrema en la figura de Cristina Fernández de Kirchner, alimentada tanto por sus enemigos como por sus defensores más fervientes, frenó la renovación de ideas y proyectos. La pelea por una justicia justa y una economía para todos no puede depender de una sola persona. Sería frágil. Por eso, la mejor forma de honrar lo que Cristina representa es abrir una nueva etapa, en la que el peronismo vuelva a ser ese movimiento amplio, transformador y con futuro. Esto mismo lo señalé en una nota anterior: la reconstrucción no vendrá del dogma ni de la nostalgia, sino del coraje político para reinventarse.

Y tal vez no sea casual recordar que Dante Alighieri dejó el último círculo del infierno para los traidores, no para los asesinos ni para los violadores, sino para los traidores. Porque la traición, más que un acto político, es una fractura moral que destruye la confianza, la identidad y el sentido de comunidad.

Otro de los factores determinantes es que a la sociedad ya no le importa comer arroz, que financie un narco o que el país se convierta en colonia gringa. Pesa más en el inconsciente colectivo el “Nunca Más” al retorno del kirchnerismo, y no se trata de un voto 100% antiperonista, sino antidirigentes K. Lo que realmente está agotado son las figuras políticas que no saben enamorar: siempre los mismos rostros, el mismo statu quo. La ciudadanía no es sonsa, ni mansa: ya no cree más. Y es en este punto donde debemos detenernos. Un 40% del padrón no fue a votar, y eso también es un mensaje contundente. Ya sufrimos dos fraudes electorales simbólicos: el de Alberto Fernández, cuando muchos peronistas creímos que era la oportunidad de volver mejores, y el más reciente, el de Axel Kicillof en la provincia, quien prometió nuevas melodías y no arranco a componer. Esa abstención masiva no solo expresa desinterés; refleja cansancio moral, desilusión y ruptura emocional con la política tradicional. La gente no vota por convicción ni por esperanza, sino por defensa o resignación. Y cuando una sociedad se mueve desde la desesperanza, lo que emerge no es la razón, sino el reflejo de sobrevivir.

La crisis actual no solo es económica o política: es emocional y de sentido. El país parece atrapado entre la nostalgia y el enojo, entre un pasado que ya no inspira y un presente que asusta. El desafío no es solo elegir nuevos dirigentes, sino recomponer confianza, recuperar propósito y reconstruir comunidad. La política debe volver a ser un espacio de proyecto colectivo y no de supervivencia personal. Quizás ahí resida la verdadera refundación: en volver a creer sin fanatismo, en debatir sin destruir, y en construir sin depender de un solo nombre. Solo así el peronismo (y la Argentina en su conjunto) podrá salir del espejo roto en el que se mira desde hace demasiado tiempo.